3 septiembre, 2017

Por Ricardo Palomo

Los mercados financieros son la esencia misma de la “economía de mercado”. Los actuales mercados financieros son el estadio más avanzado y representativo del concepto de intercambio que alumbraron en sus formas más rudimentarias los primeros seres humanos, conscientes ya de la necesaria administración y asignación de los recursos escasos (más tarde bautizada como Economía).

Desde aquellos primitivos intercambios de alimentos o herramientas entre individuos (la versión 1.0 del sistema Peer to Peer P2P) hasta los mercados medievales, pasando por los mercados sitos en las ágoras y plazas de las rutas comerciales o los más específicos como las lonjas y las ferias comerciales sectoriales, el ser humano ha encontrado en ese sistema “centralizado” el modo idóneo de cruzar oferta y demanda sobre todo un universo de productos y servicios, dada su caracterización como epicentro y confluencia de intereses comunes.

Fue el español José de la Vega quien, en 1688, publicó el primer referente sobre la bolsa de valores, bajo el sugerente título de “Confusión de confusiones”. Razón no le faltaba, dada la creciente complejidad de los mercados de corte financiero en los que se negocian acciones, bonos, divisas, derivados o materias primas. De hecho, se puede afirmar que hay mercado para todo aquello susceptible de ser valorado e intercambiado: mercado inmobiliario, eléctrico, petrolífero o cualquier otra manifestación de mercado de uso doméstico. También lo es el mercado-escaparate o marketplace, como Amazon, Alibaba o la plataforma de alquileres vacacionales Airbnb. En ellos, una plataforma digital “centraliza” el contacto entre compradores y vendedores, aunque con diferente prestación de servicios logísticos y de garantía de ejecución de las transacciones.

El elemento común de todos estos mercados es la centralización de las operaciones de intercambio en un determinado lugar físico (como ocurre en la Bolsa de valores) o virtual (como sucede en las pantallas de los operadores del mercado de divisas); o bien, a través de plataformas de comercio electrónico. El acceso de los inversores particulares o institucionales a estos mercados precisa de algún tipo de intermediario que ejecute las operaciones, como ocurre incluso en las llamadas operaciones Over The Counter (OTC), libremente acordadas entre las partes al margen de los mercados oficiales, pero casi siempre con el concurso de un intermediario especializado.

Todo esto puede cambiar sustancialmente en los próximos años de la mano de nuevas tecnologías disruptivas, que van a simplificar el contacto directo entre oferentes y demandantes sin tener que abonar el peaje de algunos de los intermediarios tradicionales. La tecnología de cadenas de bloques (blockchain) basada en secuencias inmutables de apuntes de órdenes de traspaso de fondos -o de información- que se distribuyen en nodos de modo descentralizado por toda la red, permitirá a oferentes y demandantes “lanzar” smartcontracts que, de modo programado, encontrarán en la red las operaciones que casen con las instrucciones recibidas de sus emisores o creadores. Tratemos de entenderlo imaginando que un programa o software que busca, encuentra, se entiende y cierra un trato con otro software.

Eso tratos digitales se harán (ya se pueden hacer) tanto sobre un alquiler vacacional como sobre una divisa o un producto, e igualmente sobre títulos de propiedad (ya se está aplicando a modo de registro de la propiedad con prometedoras aplicaciones) o sobre fuentes financieras en sus diversas modalidades. Las criptomonedas, como Bitcoin, Dash, Ripple, Litecoin o Ethereum, entre otras muchas, se basan en esta tecnología alumbrada en 2008 por la enigmática identidad de un individuo -o un equipo- conocido como Satoshi Nakamoto, que marcó la génesis de la moneda bitcoin. Pese a la desconfianza inicial y la innegable realidad de servir también a operaciones ilícitas e irrastreables realizadas con estos nuevos medios de pago, las grandes corporaciones financieras y tecnológicas están trabajando en próximas e insospechadas aplicaciones de esta tecnología.

Particulares y empresas podrán intercambiar tokens o “fichas” representativas de dinero, objetos o servicios, liberalizando exponencialmente todos los mercados y permitiendo asistir a transacciones tan curiosas como la tokenización de la energía, que permitirá comprar y vender energía entre particulares, como ya apuntan los expertos.

Sin duda, se están sentando las bases para que la tecnología permita prescindir en muchos casos de la existencia de mercados centralizados como los actuales en los que actualmente transitan y quedan registradas las operaciones de intercambio y en los que las instituciones supervisoras tienen un objeto a supervisar por la identificación de las partes.

Las nuevas tecnologías van a permitir la asignación de recursos financieros entre prestamistas y prestatarios, sin que se pueda atisbar la trazabilidad de la operación y sin constancia de registro de la identidad de las partes, lo cual genera una lógica inquietud; pero también abrirá una suerte de desintermediación que permitirá entrar en escena a nuevos actores, antes secundarios y de reparto, que ya no encontrarán las barreras de entrada que hasta ahora protegían a los consagrados actores protagonistas de los mercados financieros.

El desarrollo sostenible, controlado y equilibrado de este cambio de paradigma que llama a las puertas de los mercados financieros debe ser ocupación de todos y obliga a ser permeables a la disrupción pero cautos sobre su evolución, pues también se hará más difícil la lucha contra las oportunidades de manipulación de valor y de arbitraje y la preservación de la transparencia.